lunes, 7 de marzo de 2016

‘Chembo’, en la cima del recuerdo



Transcurría febrero de 1949, era el sexto mes de una inusual vacación escolar final; el año anterior solo se impartió clases hasta agosto por haberse desatado una epidemia de no sé qué y, por añadidura, las labores educativas que hasta entonces siempre habían comenzado en enero, tuvieron su inicio postergado —tampoco recuerdo por qué— hasta marzo.

Pues bien, la circunstancia no podía menos que causarnos alborozo a mi hermano Jorge Eduardo, al que le tocaba cursar tercer grado de secundaria y a mí, que me correspondía hacerlo en 6º de primaria en el Colegio Nacional Bolívar y en la escuela Juan Crisóstomo Carrillo, respectivamente, ambos, naturalmente, establecimientos fiscales.

Como digo, nos causaba felicidad porque entre otras cosas se había anunciado que la preselección del equipo boliviano que concurriría al Campeonato Sudamericano de Fútbol sería concentrada en el estadio Félix Capriles de Cochabamba. Ello nos daría la oportunidad de conocer personalmente a jugadores a los que, en su gran mayoría, nunca habíamos visto. De tal forma, decidimos —y así lo hicimos— asistir a todos los entrenamientos y a la vida diaria de los deportistas que serían convocados y, además, utilizando una modesta Kodak 127, tomar todas las fotografías que pudiésemos de los players.

Recuerdo perfectamente el primer día de las prácticas de la preselección. Fueron convocados 33 jugadores, tres por cada puesto del equipo, pero el primer día solo se presentaron 15 para ponerse a las órdenes del director técnico y preparador físico Félix Deheza, y entre los 15 no había llegado ningún arquero; como se necesitaba por lo menos uno para las prácticas se integró, provisionalmente, el adolescente Wálter Ríos Gamboa y a veces, mi mismo hermano quien, a los 14 años recién cumplidos, era ya un guardameta de primera clase.

Por fin llegaron los tres arqueros convocados: Vicente Arraya, Eduardo Chembo Gutiérrez y un orureño de apellido Viracochea. Golero como era mi hermano quiso, en primer término, tomar la fotografía de los tres; logró sacar individualmente la de cada uno de ellos, pero su intención era hacer que los tres posaran juntos; no pudo lograrlo; sin embargo pudo reunir en una placa a Arraya y a Gutiérrez.

A pesar de que éste es un recordatorio para Chembo, no puedo menos que nombrar a otros grandes jugadores con los que entonces hice amistad: Alberto Achá, José Bustamante, Armando Delgadillo, René Cabrera, Humberto Montaño, Antonio Valencia, Leonardo Ferrel, Zenón González, Víctor Agustín Ugarte, Mario Mena, Nemesio Rojas, Benigno Gutiérrez, Celestino Algarañaz, Benedicto Godoy, Benjamín y Joaquín Maldonado. De todos ellos teníamos guardadas innumerables tomas fotográficas que, lamentablemente, con el pasar del tiempo se fueron perdiendo. Era un valiosísimo material gráfico.

Había entre los jugadores concentrados mucha camaradería, cordialidad y buen humor. Estaba de moda en ese entonces una canción que decía: “¡Yo nací con mi pata gambaa, y es por eso que camino así! pero camina como chencha a lo gambaa”. Chembo tenía las extremidades inferiores arqueadas, era lo que, en idioma quechua, se denomina “arcuchaki”; con ánimo irónico, los compañeros de Gutiérrez cambiaron la letra de la canción: “¡Yo nací con mi pata cambá, y es por eso que camino así! pero camina como Chembo, a lo cambá”.

Permítaseme un recuerdo muy particular: la atención alimentaria de los jugadores concentrados estaba a cargo de una señora beniana, concesionaria del restaurante que existía a un costado de la laguna Cuéllar, paradisiaco lugar con frondosos sauces bordeaban el espejo de agua, a un paso del estadio.

Esta señora tenía una bella hija adolescente a la que su madre llamaba Madrecita, que despertaba la codicia lúbrica de los jugadores, pero sus pretensiones no pasaron de ser mentales; esta bella adolescente actualmente ya en la cuarta edad tiene el nombre de Graciela Hurtado, y por matrimonio Camponovo, y todavía vive en Santa Cruz. Pero había otras adolescentes que iban atraídas por los jugadores, entre ellas recuerdo a Blanca Rivadeneira y a Mery Ríos Green, hermosas muchachitas, muertas prematuramente.

Chembo Gutiérrez ya había sido parte del seleccionado nacional, como arquero suplente de Vicente Arraya, en el campeonato sudamericano celebrado, a fines de 1947, en Guayaquil; fue el primer jugador cruceño en integrar un equipo boliviano. En 1949, lo acompañaron otros dos deportistas nacidos en tierra de Grigotá, Celestino Algarañaz y Nemesio Rojas. Fueron ellos los pioneros de lo que después se convertiría en una legión.

Chembo partió a Brasil, nuevamente, como suplente de Vicente Arraya; fue a éste al que le tocó la gloria de las primeras victorias bolivianas en un torneo continental, frente a Chile y Uruguay, ambas por un marcador de tres goles a dos; pero, al comenzar el segundo tiempo del cuarto partido de nuestros colores contra Ecuador, Eduardo asumió la portería por el resto del certamen y desde entonces hasta su retiro jamás dejó la titularidad de la defensa del marco nacional.

En tal condición, asistió al Campeonato Mundial de 1950, de ingrato recuerdo para nosotros, y al Campeonato Sudamericano de 1953, que se llevó a cabo en Lima. Fue en este último evento, en el partido inaugural, que nuestra selección, un inolvidable 22 de febrero, venció a la de Perú, anfitrión del torneo que había escogido como primera presa fácil al equipo boliviano. Gutiérrez, conjuntamente con Ramón Guillermo Santos y Víctor Agustín Ugarte, fueron los artífices de la hazaña.

Chembo fue un deportista múltiple, no solo destacó como futbolista sino que su talento deportivo abarcó también otras disciplinas: como basquetbolista integró el equipo de Gimnasia y Esgrima que representaba al Instituto Nacional Superior de Educación Física; allí coincidió, casualmente, con otros dos jugadores que, con el pasar del tiempo, también defendieron el pórtico del seleccionado nacional de fútbol: Eustaquio Ortuño e Isaac Álvarez. Como atleta fue parte de la representación boliviana en el V Campeonato Sudamericano Extraordinario, celebrado en octubre de 1948 en La Paz; como voleibolista y como gimnasta, también tuvo una actuación muy destacada.

Al margen de ello, habrá que hacer referencia a su labor de profesor de Educación Física. No fue de los profesores corrientes, fue un pedagogo de las actividades musculares y de sus diversas especialidades deportivas. Radicado por algún tiempo en el Beni, todavía tuvo la oportunidad de ser entrenador de su seleccionado de básquet.

Se me ocurrió, no sé por qué, que seguía radicando en Beni; de haber sabido que vivía en Santa Cruz hubiese procurado visitarlo. Hace unos días me encontré con su aviso necrológico. Me pasó lo mismo que ya me había sucedido con Víctor Agustín Ugarte, Julia Iriarte y Augusto Camacho, todos ellos grandes deportistas y todos ellos objeto de mi admiración; era mi intención verlos, en los días postreros de su existencia, para expresarles en qué alto grado de mi estima estaban situados. No lo hice, y siento todavía la pesadumbre de no haberlo hecho. Lo mismo me pasó con Chembo; valen estas líneas como desahogo.

(*) Juan Enrique Coronel Quiroga es un aficionado al fútbol, quien conoció de cerca a varios futbolistas y deportistas de antaño.


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