domingo, 13 de octubre de 2019

El temple del Gigante, tras euforia fugaz en Boca y su drama actual



Quién diría que un año después del momento glorioso en el que estampaba su firma con Boca Juniors, el 10 de octubre de 2018, el arquero Carlos Emilio Lampe se sumergiría, ahora, en la completa incertidumbre. Suma 12 meses de inactividad, regresó a San José, le deben dinero prestado y por concepto de sueldos.

El 7 de octubre del año pasado, el cruceño se sumaba (con todo el entusiasmo que podía habitar en él) a las labores que afrontaba el plantel argentino, que el 9 de diciembre encararía -y perdería por 3-1- la final ante su máximo rival de la historia, el River Plate de Marcelo Gallardo.

Cariño “eterno”

Los simpatizantes de Boca Juniors que aún lo siguen en el Instagram le devuelven cariño en cada publicación. Muchos le piden que regrese al club argentino.

El escenario parecía advertir el mejor momento de la carrera del boliviano. Si, en el plano nacional, era casual verlo devolviendo una sonrisa como gesto amable, la cosa se multiplicaba en Buenos Aires. La calidez con la que lo abrazaba la hinchada generaba una alegría constante en el jugador, de 1.92 metros.

La Muralla boliviana se ganaba el cariño prematuro de los fanáticos boquenses con su sencillez.

Y fue, tal vez, una de sus etapas más lindas. Es que a pesar de no haber jugado un solo minuto oficialmente con la camiseta del Xeneize y observar la finalísima continental de Madrid desde el banco, Lampe se dio el gusto de lucir la medalla de plata, esa que será irrepetible, en su pecho.

Es verdad. La experiencia en Boca no se dio como él y sus seguidores lo esperaban. Verlo activo, justificando los motivos por los que la institución de La Ribera lo contrató y realizando aquellas maniobras arriesgadas para frenar los embates de cada acción eran el deseo compartido. No sucedió. No obstante, ¿quién le quita el subcampeonato con Carlos Tevez, Pablo Pérez, Nahitan Nández y el entonces estratega del club, el mellizo Guillermo Barros Schelotto? Seguramente, nadie.

Años después, Carlos Lampe retornó a San José, equipo en el que militó en 2015.
El portero, nacido el 17 de marzo de 1987, pertenece al Huachipato chileno.

Tampoco ningún otro boliviano podrá desbancarlo del lugar que ocupa: se transformó en el primer jugador del país en ser parte de una final de la Libertadores.

En aquel momento, su cuenta personal de Instagram pasaba de tener 8.200 seguidores a más de 30 mil en apenas dos días.

Ahora, luego de un año de la conquista, Carlitos (apodado así por los medios del país vecino) cuenta con 151 mil.

Se permite voltear la mirada hacia el pasado. No reniega, tiene fe. Y se encarga de transmitir optimismo y voluntad hacia aquellos que siguen sus pisadas.

“Hace un año cumplí uno de los sueños más difíciles de lograr, pero, a la vez, el más hermoso. Decirles a todos los chicos que nunca dejen de intentar, de buscar. En el fútbol, a veces se gana y se pierde, pero todo lo bueno puede pasar. Posdata: tener fe en todo. Esto es fútbol y nunca está todo dicho”. Ese fue el post que Lampe compartió en el Insta.

Curiosamente, los que más respondieron a su publicación fueron los simpatizantes del Xeneize.

“Volvé, Carlos”, “Ojalá que vuelvas a Boca. Te extrañamos, bueno, yo te extraño”, “Te amo, Lampe. Nunca te tendrías que haber ido, viejo”, “En Boca siempre te vamos a guardar un pedacito de nuestro amor, por si querés regresar”, han sido algunos de los comentarios.

La realidad de Carlos, de 32 años, es que lleva ya un año sin jugar. De octubre a febrero pasado, su inactividad reflejó el tiempo acumulado tras su traspaso de Boca a San José. De febrero a este mes no consiguió ser habilitado por la FIFA para enfrentar los torneos domésticos.

Todo un año sin trabajar activamente en el gramado. Es demasiado tiempo para un futbolista profesional.

Y si al momento crítico se le suma que la dirigencia del Santo atraviesa inconvenientes para pagarle su sueldo y que el propio arquero le prestó dinero a la institución, el panorama se complica.

Todo ello hace mella en el portero, que, pese a la avalancha de sinsabores, se mantiene firme y a la espera de una nueva oportunidad. Porque, como él mismo enarbola, “en el fútbol nunca está todo dicho”.

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