-¿Te arrepientes de algo?
-Sí, de haberle contestado mal al Loco.
En 2006, Wilstermann enfrentaba a The Strongest y Mauricio Soria iniciaba su llamativa carrera como entrenador. La dirigencia del club cochabambino había depositado su confianza en aquel hombre, conocido por hacer alarde de un carácter explosivo. No por azar lo llaman (hasta el día de hoy) loco.
Edgar el Cucharón Olivares estaba en su mejor momento. Tenía 29 años y era uno de los discípulos del novato maestro. Actuaba como volante y podía adaptarse a cualquier posición, cualidad que lo volvía apetecible ante los ojos de todos los técnicos ligueros de aquel entonces.
Sin embargo, ese día, cuando el Rojo se medía con el Tigre, las cosas no le salieron bien. Luego de no haber podido recuperar la pelota en una jugada, los reclamos de Soria no se hicieron esperar. Tampoco tardó en llegar la respuesta osada del aprendíz. “¡Eres un cabrón! ¿Cómo vas a jugar así?”, dijo el técnico. “¡Andate a la mierda!”, replicó el futbolista.
Sin saberlo, con aquella contestación Olivares determinaba su futuro y le ponía fin, de manera anticipada, a su sueño de retirarse del fútbol profesional con la camiseta de Wilster.
Lo que desde niño había soñado se esfumaba y el Cucharón lo sabría solo seis años después, en 2012, cuando la suerte los pondría, nuevamente, cara a cara. O mejor dicho, voz a voz, mediante el teléfono.
Si hay una cualidad que tiene Soria es la memoria. Setenta y dos meses después del cruce verbal, el Loco no olvidaría el sonoro “andate a la mierda” y le diría “no” a la despedida del Cucharón con la casaca del club de sus amores.
Una suerte de reconstrucción aproximada de la conversación sostenida por ambos, en 2012, resume la situación descrita:
-Quiero concluir mi carrera formal en el club, por favor Mauri.
-¿Te acuerdas de esa vez que me faltaste al respeto?
-Pero sabes que te pedí disculpas sinceras.
-Ya estamos trayendo a otro 6. Andá a jugar nomás donde puedas.
Con la mirada puesta en un punto fijo de la mesa de su comedor, el Cucharón recuerda cada palabra del breve altercado que redirigió su vida. No lo hace con ningún tinte de rencor en sus gestos, sino con una sonrisa. Todo ha quedado atrás y el DT que le puso cerrojo a su sueño, ahora es uno de sus grandes amigos.
La historia de Edgar Olivares tiene, al menos, cinco formas interesantes de inicio. Se podría empezar por su niñez, cuando el Cucharón tenía 8 años y se “enamoró” del fútbol haciendo de pasapelotas en el estadio Félix Capriles.
Podríamos comenzar narrando su debut en el Rojo, cuando tenía 15 años y se presentaba a las prácticas con vestigios de yeso y cemento, producto de haber ayudado a su familia en la ferretería que aún funciona en la avenida Simón López.
También sería viable iniciar el relato recordando cuando se enteró que había sido convocado por primera vez a la Selección para jugar las Eliminatorias, en 2001. Lo supo por el “profe” Carlos Trucco dos días antes de que saliera la nómina oficial. Luego le cayó la ficha cuando escuchó su nombre por la televisión. Su madre Remedios estaba a su lado y poco entendía de la situación. “Mami, me han convocado”, exclamaba el Cucharón. “¿Y para qué es eso? ¿Cuántos días será?”, preguntaba su mamá.
La historia de Olivares es muy rica y es imposible elegir un solo comienzo.
Se trata de un personaje que ahora pisa los 40 años y que fue capaz de prestarle 20 mil dólares a Wilster para que la dirigencia saldara las deudas con la plantilla. Fue en 2009.
Se trata de un hombre que guarda como asignatura pendiente haber visto a su padre disfrutando de su fútbol, pues don Edgar falleció en 1989 luego de golpearse la nuca con el piso.
“Sé humilde”, insiste el volante. De su papá y del Loco tomó prestada dicha cualidad, con la que dice manejarse por la vida.
P: ¿Sentiste que se te “subieron los humos”?
R: No me pasó porque siempre tuve los pies en la tierra. Cuanto más grande seas, sé más humilde. Esa frase se me quedó y me la dijo el Loco Soria. Recuerdo que una vez yo estaba muy enojado porque me pagaban 50 dólares y a otros, mucho más. Mauri me dijo que tuviera paciencia para ver los cambios. Fue así, aunque solo en 2010 comencé a ganar lo que merecía en Wilster, que fue 5 mil dólares.
P: ¿Wilstermann fue agradecido contigo?
R: El club sí, pero los que lo manejan no. Todo me lo ha compensado Dios porque lo que viví no tiene precio. El hecho de que vayas por la calle y te digan gracias es indescriptible. Yo dejaba todo en la cancha, en la casa y en el entrenamiento. La gente se dio cuenta de todo.
P: Les prestaste plata a los dirigentes...
R: Sí, en 2009. Fui y saqué 20 mil dólares. No quiero intereses, les dije. Lo único que deseaba era que mis compañeros cobraran sus salarios. Nada más.
P: ¿Les dijiste a tus compañeros sobre el préstamo?
R: No les conté nada, no me gusta alardear. Solo les pedí que metieran ganas, así salvábamos el descenso. En 2010 nos quedamos con el título y también nos fuimos al fondo. Fue increíble todo lo que pasó.
P: Un tiro libre te ayudó a entrar a Wilster...
R: Estaban haciendo pruebas. Eran unos 300. Sabía que lo primero que miraban era lo físico, por eso me levantaba todos los días a las 5:00 para trotar. Recuerdo que en una de las prácticas pegué un tiro libre en el ángulo del arco. Yo quería imitar a Diego Maradona, mi ídolo.
P: Perdiste a tu papá cuando eras casi adolescente ¿Crees que todo hubiera sido diferente si él te hubiera visto jugar?
R: Totalmente. Cuando era chico entrenaba sin que supiera mi mamá. Mi papá falleció cuando yo tenía 12 años. Se cayó y le dio un derrame cerebral. Siempre me pongo a pensar cómo hubiera sido. A él le encantaba el fútbol. Era fanático de Aurora. Lo extraño.
P: ¿Cómo vives ahora aquellos años de gloria?
R: Le ayudo a mi mamá y trato de estar siempre con mis hijos Diego, Edgar, Óscar y Denis.
P: ¿El fútbol fue bueno y agradecido contigo?
R: Sí. El fútbol es bueno y lindo. Lo que lo arruina son algunas personas que suelen hacer cosas indebidas en la dirigencia.
P: ¿Te arrepientes de algo en tu carrera?
R: Sí, de varias cosas. Por ejemplo, de haberle contestado mal al Loco (el motivo es sabido. La justificación de la última respuesta del Cucharón figura en la introducción de la entrevista).
Juega en Arauco y vive su recta final
Actualmente, Edgar Olivares milita en el club Arauco Prado, de la Asociación. Aún guarda la esperanza de volver al fútbol profesional, pero no se obsesiona con ello.
No pudo decirle adiós al balompié vistiendo la camiseta de Wilstermann, pero sí se despidió de las canchas con la casaca del Aurora, el equipo de su padre. Ahora, con casi 40 años, el Cucharón atraviesa una etapa mucho más tranquila. Quedaron atrás los años de gloria en los que todo era viajes y notas.
Uno de sus mejores recuerdos se remonta a cuando fue convocado a la Selección Nacional (en 2001 y en 2009).
Según comenta Olivares, el propio Carlos Trucco, extécnico de la Verde, fue quien le comunicó su llamado, para las Eliminatorias Mundialistas.
“No lo podía creer. Me llamó por teléfono y me preguntó si estaba listo para marcar a Rivaldo. Le contesté que sí”.
Olivares tuvo su primer acercamiento de embeleso con la pelota cuando tenía solo 8 años. Junto a su amigo Rolando Aliaga, se ofreció para ser pasapelotas en un partido que disputaba Wilstermann en el Félix Capriles.
“Estaba sorprendido. Desde allí supe que quería ser jugador”, recuerda.
Ya en la adolescencia, ayudaba en la ferretería de su familia y ahorraba para entrenar en Wilstermann.
Hubo ocasiones en las que incluso fue a las prácticas con yeso y cemento en sus ropas porque no tenía tiempo para cambiarse. No quería llegar tarde.
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