Fuente: CA2015
Un periodista de Goal.com recorre el norte argentino, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Uruguay, y luego llegará a Chile para la Copa América, con la pelota como eje del viaje.
Quizás muchos en nuestro continente no lo sepan, pero Bolivia puede vanagloriarse en Sudamérica de lo que no todos: ser campeón de la Copa América. Ocurrió en 1963, y como suele pasar en las historias míticas hubo un héroe, el "Maradona boliviano", el Maestro Víctor Agustín Ugarte.
Tupiceño, como tantos otros futbolistas, Ugarte tuvo un origen humilde y poco a poco empezó a despuntar el vicio del fútbol en el club Huracán de Tupiza, al sur de Bolivia. Cuentan que se pasaba todo el día jugando a la pelota, fuera con un par de medias, una bocha de trapo, o una naranja, el Maestro se dedicaba de lleno a su pasión cuando no trabajaba en la fábrica de uno de sus tíos.
Tanto la rompió en su club que vino el más grande del país, Bolívar, para llevárselo a La Paz. Poco tiempo necesitó para destacarse allí: enseguida mostró sus dotes por el andarivel derecho, se ganó la ocho en la espalda y volvió locos a los fanáticos de la "Academia".
Dicen que la manera en que manejaba la pelota no era común. Que hacía cosas que nadie antes había hecho. Que estaba a la altura de Pelé o Maradona, pero unos años atrás, y que hasta "O Rei" le dijo en un partido que era mejor que él. En 1947, a poco de su debut en Bolívar, fue convocado a la Selección boliviana -estreno con gol para el empate de visitante contra Ecuador- y no la dejó hasta 1963, año consagratorio para el fútbol de aquel país.
Dicen también que el día del estreno del estadio Nacional de Lima le hizo un gol increíble a Perú, eludiendo a medio equipo. Otros recuerdan los dos goles que le hizo a Amadeo Carrizo cuando Bolívar goleó a River 7-2, en 1956, por la Copa Libertadores. O su peculiar manera de patear los penales: de espaldas al arco hasta el silbato del árbtiro.
De físico esmirriado -"no parecía futbolista", recuerdan sus excompañeros- pero muy ágil y rápido, lo contrató San Lorenzo de Almagro para llevarse el talento del Maestro a Buenos Aires. Debutó con dos goles, pero nunca pudo superar el celo de algunos compañeros (en especial del Nene Sanfilipo) y la nostalgia por su tierra natal, donde era adorado. Jugó también en Colombia -Once Caldas, de Manizales, compró su pase-, cuando el fútbol cafetero estaba repleto de estrellas de Argentina y toda Sudamérica.
Pero el pico de gloria llegó en el ocaso de su carrera: en 1963, ya con 16 años en el fútbol de primera, fue campeón sudamericano con Bolivia, tras superar una apendicitis una semana antes del certamen, que hospedó el país del altiplano. Con dos victorias en los últimos partidos sobre Argentina y Brasil (dos goles incluidos), en una tarde en Cochabamba que ningún futbolero boliviano olvidará jamás.
Como tampoco borrarán de su memoria las interminables tardes en las que el Maestro era sacado en andas del estadio Hernando Siles de La Paz hasta la sede del club o, incluso, su casa. "No necesitaba taxi, lo llevaba la gente", aseguran quienes vivieron aquellas jornadas de júbilo. Falleció hace casi veinte años, y aunque los más jóvenes quizás no lo recuerden, el Maestro dio cátedra en el fútbol sudamericano. El más grande jugador que en todos los tiempos dio Bolivia. El Maradona boliviano.
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