La carrera de un futbolista a gran altura dura entre 10 y 12 años, o 15 en el mejor de los casos. Hay otros que juegan seguramente mucho más tiempo, pero no en el nivel que quisieran o que la gente desearía ver.
Ronald Arana jugó el tiempo que lo hizo realmente feliz, se retiró cuando tenía 36 años, y con lo que pudo ahorrar en casi 20 años de carrera, estando ya casado y con tres hijos, decidió apostarlo todo a una empresa familiar.
Siendo futbolista jugó en la Tahuichi, Destroyers, Oriente, Bolívar, The Strongest, Wilstermann y Rosario Central, además de la selección nacional. Paralelamente, mientras jugaba, estudió para director técnico porque sentía que el fútbol era y seguirá siendo parte de su ser.
Es un convencido de que la vida de un futbolista es sacrificada y muchas veces mal pagada. Lo dice un hombre trabajador y exitoso en la vida, aunque de perfil bajo. Por eso, preparando el terreno para después del fútbol, fue guardando peso a peso fruto de su esfuerzo. El tiempo que estuvo de un lado para otro en diferentes equipos le permitió armar un colchón económico para seguir con otros sueños llegado el momento del retiro.
Y así fue. Siempre con el apoyo de su esposa, Sandra Abasto, incursionó al principio en el negocio de bienes raíces, comprando lotes y terrenos y construyendo casas con la premisa de hacer crecer los ahorros.
Hasta que su hermana Cicely Arana llegó de Japón y juntos decidieron montar un negocio familiar, partiendo desde la construcción de un lindísimo salón de eventos, al que llamaron Sirius, un lujoso espacio, disponible para recepcionar todo tipo de celebraciones.
Hoy por hoy, en dos años de funcionamiento, la empresa está consolidada con una inversión que fácilmente supera los $us 350.000.
Allí se realizan fiestas de colegios, graduaciones, 15 años, matrimonios, empresariales, etc.
“En este negocio se metió todo lo que habíamos ahorrado, y gracias a Dios la empresa empezó a funcionar”, confiesa.
Una fuerte inversión
Sirius es el producto de casi medio millón de dólares en inversión; es lo que sostiene este gran proyecto familiar que del sueño pasó a ser realidad.
Su hermana es la administradora y coordinadora a la vez, su cuñado (Miguel Ángel Basma) tiene a su cargo todo el equipamiento para las fiestas, y sus tías se encargan del catering y de las tortas. “Yo solo fiscalizo y me encargo de la logística”, dice con aire de frescura. Eso le permite estar ligado un poco más al fútbol, ahora como DT.
Mientras jugaba en La Paz hizo el curso de entrenador. Se tituló como técnico profesional porque siempre quiso transmitir a los más chicos toda su experiencia como futbolista. Como todo entrenador tiene sueños, pero no se apura. Sabe que tarde o temprano la oportunidad llegará; mientras tanto se actualiza, estudia bastante y atiende la empresa que tanto le costó.
“Ha sido muy difícil, pero ha sido peso a peso y ha ido creciendo poco a poco. La exigencia nuestra hizo que la inversión fuera mucho mayor, pero al final colmó nuestras expectativas”, sostiene, ahora que el negocio está posicionado en una ciudad nocturna y consumista
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