El diario argentino Clarín le dedicó sus páginas al excapitán de la selección nacional. Destaca la personalidad, calidad de jugador y la humildad del mundialista cuando vistió varias camisetas de equipos importantes del vecino país.
El Brasil de la era Dunga (futbolista), aquel que luego ganaría el Mundial de 1994, estaba de rodillas. Nadie lo podía creer. La altura de La Paz había hecho efecto y Bolivia se había transformado en un estigma para los verdeamarelos: aquel 25 de julio de 1993, los más campeones perdían su primer partido por Eliminatorias en toda su historia de brillos.
La Verde transformó la victoria por 2-0 en un asombro y en una fiesta que se repartió por todo el país. Aquel equipo que contaba, entre otros, con el arquero argentino -nacionalizado boliviano- Carlos Trucco, el Diablo Marco Etcheverry y Julio César Baldivieso, celebraba aquella victoria épica con una escena tierna: Ramiro Castillo, el queridísimo Chocolatín, se paseaba en una suerte de vuelta olímpica recortada con José Manuel, su hijo de tres años, en los hombros y con una sonrisa inmensa que parecía desmentir la timidez que le adjudicaban en el fútbol argentino.
El boliviano fue portada de la revista El Gráfico cuando jugó en River Plate. Foto. Internet
Pero hubo un día en el que la vida se le cayó toda entera sobre su cuerpo breve. El día que podía ser el más feliz se transformó en un dramático laberinto. El 29 de junio de 1997, Bolivia -su Bolivia- estaba lista para ir tras los pasos de su segundo título en la Copa América, tras la obtenida en 1963. Como local, enfrentaba en la final de la principal cita continental al Brasil campeón del mundo.
Castillo -indiscutido en cada convocataria- realizaba el calentamiento previo cuando una noticia lo golpeó para siempre: su hijo mayor, el mismo que había festejado sobre sus hombros la gloria de aquella victoria memorable, había tenido que ser hospitalizado de urgencia. Tenía una hepatitis fulminante. Castillo se fue a su lado. José Manuel murió dos días después y él no le pudo poner palabras a tanto dolor. Poco más de tres meses después, el 18 de octubre, Chocolatín dijo basta. Esa corbata con la que decidió colgarse le quitó el último de sus suspiros.
La agencia de noticias EFE contaba entonces desde La Paz: "Las condolencias comenzaron a llegar desde todos lados. Entre otros, el presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, Nicolás Leoz; el vicepresidente de Bolivia, Jorge Quiroga; el ex director técnico del seleccionado boliviano, Xabier Azkargorta; el presidente de la Academia Tahuichi, Rolando Aguilera, y el defensor boliviano Juan Manuel Peña, que juega en Valladolid, expresaron su dolor. En tanto, en el municipio de Coripata -a 96 kilómetros al noroeste de La Paz-, donde nació el futbolista, se declaró un duelo de tres días, con suspensión de las actividades. Por estas horas, todo Bolivia llora la pérdida de Chocolatín". Hubo silencio de duelo en todo el país. El clásico entre Bolívar y The Stongest no se jugó. Todos necesitaban tiempo para llorar al crack que ya no estaba.
Antes de aquel dolor que no pudo soportar, Castillo había disfrutado los mejores días de su seleccionado. La Generación del 94, comandada por Xabier Azkargorta -vasco de Azpeitía, trotamundos en nombre del fútbol-, había construido un milagro deportivo hacía no mucho: clasificar a Bolivia para un Mundial por primera vez en la historia (sus participaciones en 1930 y en 1950 habían sido por invitación). El entrenador y varios de sus jugadores se habían convertido, por la magia de varios resultados favorables, en celebridades adoradas por el pueblo boliviano.
El 27 de junio de 1994, frente a España en el Soldier Field de Chicago, La Verde convirtió su único tanto en la larga vida de la máxima competición. A los 22 minutos del segundo tiempo, Erwin Sánchez -el Platini del Altiplano- hizo un gol y no se abrazó con sus compañeros. No quería perder tiempo. Iban tras el empate. Cinco minutos antes, Castillo había reemplazado a Vladimir Soria. Chocolatín estuvo ahí, aquel día, su día Mundial. Antes había mirado desde el banco, con su camiseta número 20 bajo el buzo, la ajustada derrota frente a Alemania, en el partido inaugural, y el empate frente a Corea del Sur, que significó el único punto de Bolivia en todo su recorrido por las Copas del Mundo.
Cuentan que aquel Mundial de los Estados Unidos fue una maldición. Lo retrató el periodista José Carlos Jurado, en el diario Marca: "Cuatro jugadores que disputaron el Mundial de Estados Unidos 94 fallecieron de forma trágica en un plazo de diez años. El defensa colombiano Andrés Escobar fue asesinado a tiros en una discoteca de Medellín mientras se jugaban los octavos de final del Mundial por haberse marcado un gol en propia puerta ante Estados Unidos en un partido de la primera fase.
En 1997, el boliviano Ramiro Castillo se suicidó al no poder superar la muerte de su hijo tres meses antes. En 2002, el centrocampista colombiano Hermán Gaviria falleció durante un entrenamiento del Deportivo Cali al caerle encima un rayo. Esta macabra casualidad acaba con la muerte de Marc-Vivien Foé en 2003. El centrocampista camerunés falleció de muerte súbita durante un partido de la Copa Confederaciones ante Colombia". El fútbol, a veces, tiene estos caminos de drama.
Castillo fue también conocido y querido en el fútbol argentino. Su recorrido lo cuentan los números. Jugó en Instituto de Córdoba (1987-88, 27 partidos, 1 gol), Argentinos Juniors (1988-90, 69 partidos, 8 goles), River (1990-91, 10 partidos, 1 gol), Rosario Central (1991-92, 16 partidos) y Platense (1993-94, 23 partidos, 1 gol).
También lo contaron las palabras de quienes lo conocieron y/o lo vieron. Nito Veiga lo dirigió en los días felices de aquel Argentinos que peleó el título con Oscar Dertycia como goleador y sobre él dijo alguna vez: "Si Chocolatín tuviera la camiseta de Argentina o de Brasil, valdría millones de dólares". Oscar Barnade -periodista e historiador de esta redacción- cuenta que Castillo era hasta que decidió irse "el mayor ídolo del fútbol de su país".
Hace ya quince años que Castillo no está. Ni él, con sus pocas palabras que decían mucho. Ni él, con su fútbol que invitaba a pagar una entrada y a aplaudir con entusiasmo en un domingo cualquiera. O en cualquier día. Lo extrañan los que lo quisieron más allá del campo de juego, sobre todo. Pero también La Verde, ahora huérfana de figuras como ese Chocolatín capaz de transformarse en bandera de un pueblo entero.
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